Duermes, y te miro.
Emanas la misma sensación
de paz interior que hace un año atrás, cuando te sostuve por
primera vez en mis brazos.
Duermes, y pienso, que
quizás sueñes con que estoy a tu lado, que reímos juntas, que
jugamos con el resto de la tropa, en casa, en un entorno seguro,
donde nada nos puede pasar.
Y yo pienso, que ni en
casa estamos seguras. Que a que mundo te hemos traído. Un mundo en
el que en cualquier momento todo puede cambiar. Personas sin
escrúpulos, sin objetivos, sin empatía, fascistas mentales, con la
maldad que os ciega, psicópatas sociales, carne de secta, producto
de una sociedad que los ha malcriado o abandonado y que frente a
esto han optado por el camino fácil de la violencia. Esas personas
que se pueden colar en cualquier parte, en cualquier momento del día,
y sembrar el horror, un dolor en el corazón de muchos, por años,
por siglos.
Te miro, y me miras.
Buscas mis brazos protectores, y te doy la tranquilidad de mi
presencia. Pero me siento impotente, porque se que no puedo
protegerte de estas personas, que se hacen pasar por nuestros
vecinos, por ciudadanos de pleno derecho, que un día entran en un
estadio de fútbol o en un museo al que muchas familias han decidido
acudir con sus hijos, a pasar el día, a celebrar su cumpleaños, a
comprar regalos de navidad en el mercado tradicional, y que han
escogido ese día y ese lugar para sembrar el caos.
Me paralizo.
No quiero seguir con mi
día a día. Quiero bajar las persianas y quedarme a la luz de pocas
lámparas, debajo de una manta, y que el mundo gire, que solucione
sus problemas, y que luego me avise.
Me da miedo ir al cine y
que sea una mala decisión. Ir a cenar a un sitio infantil y que nos
pongamos en peligro. No puedo. Es muy duro ser padre en este momento
de total sensación de indefensión.
Y se que no es bueno, que
no se puede vivir así, transmitiendo estos miedos a los niños. Han
de poder ir de colonias, de paseo con la escuela o en bicicleta con
su padre sin tener que estar analizando continuamente a los extraños.
Es muy injusto que los niños paguen los grandes errores de los
adultos, y más cuando son otros adultos los que nos meten en estos
problemas.
Muchas madres y muchos
padres no volvieron a casa tras los inesperados sucesos de la capital
hace dos semanas. También hubo niños que vivieron en primera
persona esa violencia. Y muchos niños también sufrirán la ausencia
de sus progenitores, por la acción de estos bárbaros.
Y me vuelvo a paralizar,
de miedo, de terror, de desesperación. Porque se habla de que van a
pasar décadas antes de que se pueda solucionar este gran problema
endémico causado por la falta de comunicación, de oportunidades
para que todos tengamos una vida digna y pacífica.
Los niños no tienen que
pagar las consecuencias. Ni ahora, ni en un futuro.
Qué hacer? Les digo,
memoriza mi número de teléfono. No de desesperes si mama no llega a
tiempo un día a recogerte, vendré, pero ponte a salvo. Que tipo de
mensajes les estoy dando?
En una cosa si que han
vencido: nos han traído el miedo a nuestra casa. Ese miedo del que
tantos refugiados escapaban: el miedo a ir al mercado, subirse a un
autobús, ir a la universidad... y que fuera la última vez. Eso es
lo que siento.
Miedo.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada