dimarts, 6 de març del 2018

A un suspiro....


Ser madre de seis puede parecer una locura. Y lo es. Una dulce locura que pocas familias experimentan. Hoy por hoy no es nada habitual encontrar familias que tengan más de tres hijos. Es raro. Aunque de eso no voy a hablar hoy.

Quiero hablar de la seguridad que ofrece el segundo hijo. El miedo con que se vive la primera maternidad que contrasta con lo fácil que parece el primer embarazo. Vives haciéndote fotos cada mes de como cambia tu cuerpo, esperas ansiosa las visitas con la comadrona y disfrutas haciendo las compras de lo que crees que tu hijo y tu vais a necesitar en la crianza. Esto cambia a medida que llegan las posteriores maternidades: los embarazos se hacen un manojo de nervios y miedos hasta que tienes a tu hijo en brazos (las ecografías se viven con más angustia y ya no eres tan inocente o frívola, al ser más consciente de lo complicado que es realmente que al final tengas un hijo sano en los brazos) y por el contrario, las crianzas se viven más desasosegadas, con más seguridad en ti misma, disfrutas más cada una de las etapas de tu hijo.

Recuerdo que con mi primer hijo, a cada catarro estábamos en la consulta del pediatra. Más o menos cada quince días. Si no era por la visita del niño sano era por esos mocos que salían de su minúscula nariz. Los pediatras se hacen ricos a costa de las madres primerizas.... A medida que fui teniendo hijos, disminuí las visitas absurdas y las reduje a aquellas imprescindibles: vacunas y casos importantes... tan importantes, que seguramente acabábamos yendo directamente a urgencias bypaseando el pediatra y directos al ingreso en planta: citomegalovirus, mastoiditis...

Vas convirtiéndote poco a poco en experta en enfermedades infantiles, en fiebres, en dolores de oído o vómitos, y sabes que vale más gestionarlo en casa que acabar en una consulta de pediatra o urgencias donde pillaremos otro virus chungo. Sabes como mantener la fiebre a raya, como usar los antipiréticos y diferenciar un virus de algo importante. Es así, después de haber pagado la novatada, claro, de haber sido la madre histérica primeriza, el blanco de risas en urgencias y benefactora de farmacéuticas... y debe ser así, porque no se nace enseñado y no tengo carrera de enfermería o medicina. Sólo el carnet de madre, numerosa especial, concretamente.

Y aquí llegamos a la historia que os quería compartir hoy. Y lo quiero hacer porqué el día de mañana quiero leer esta entrada y recordar como me sentí y los detalles de lo vivido. Es una historia que quiero que mis hijos recuerden y quiero que otras familias tengan presente. Porque la diferencia entre reconocer y reaccionar un caso como el siguiente pasa de la vida a la muerte.

Leí hace ya varios años, un post en un blog, que no he conseguido recuperar porque no recuerdo quien lo escribió, pero que quedó grabado en mi mente. Lo leí quizás cuando sólo tenía tres hijos, o cuatro. Era un post de un padre, no recuerdo si matrón o enfermero, que hablaba de la experiencia de tener un hijo al borde de la muerte. Recuerdo que una de sus frases fue, algo parecido a que, gracias al pálpito de su mujer, que sintió que algo no iba bien, su hijo había sobrevivido a una SEPSIS... Hasta ese momento no había leído nada sobre ese tema, así que me impactó mucho leer su experiencia y conocer exactamente que era aquello de sepsis. Sentí mucho miedo que pudiera existir algo así, que pudiera llevarse a tu hijo en pocas horas y además sin aviso alguno. Algo grave de evolución tremendamente rápida, y de síntomas tan poco diferenciables a una gripe o virus. Me quedé aterrada. Y supongo que por eso recordé aquella historia, con la moraleja siguiente: Un menor de 3 meses que presente fiebre no es normal y es causa de ir a urgencias a valorar.

Y lo que decía al inicio, sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y tener 6 hijos te da por un lado la seguridad para gestionar tu sola una otitis y a la vez saber llegar rápido a identificar lo que e sale de lo “normal”.

Number six tenía entonces 5 semanas. Llevábamos en casa todos juntos un mes y mi madre hacía dos días literales que había vuelto a su casa, quedando yo sola ya con la rutina de toda la tropa y el bebé. Era miércoles y los niños estaban en casa. Pasamos la tarde viendo la tele, yo haciendo cosas de casa, aprovechando que number six pasó muchísimas horas durmiendo en su hamaquita, rodeado de sus hermanos. Fue una tarde que me permitió avanzar muchísimo, ya que sólo pidió teta cada bastantes horas.

La experiencia te dice que los bebes ya hacen eso a veces. Tienen días que maman como si no hubiera mañana y luego un día o dos sólo duermen. Son pequeñas crisis de lactancia que son seguidos por crecimiento. Duermen, comen poco, y crecen. Así que no me pareció extraño que aquel día number six estuviera menos demandante y más dormilón de lo habitual.

Llegó la noche. Cenamos. Los nenes se acostaron, y mi marido y yo nos quedamos en el salón viendo alguna serie absurda mientras yo estudiaba. Tenía un examen y repasaba la respuesta, aún teniendo toda la semana por delante para poder enviarlo. Y number six seguía durmiendo. A eso de las once de la noche se despertó y pidió lo suyo, y al cogerlo lo noté más caliente de lo habitual por ser junio. No me pareció normal y le puse termómetro. 38 con 3. malo. Le quité ropa y le hice unas friegas con colonia para refrescar la piel y bajar temperatura. Suele funcionar para un sofoco, y así refrescando consigues bajar unas décimas y si es el caso, por exceso de ropa o calor ambiental, enseguida consigues normalizar. Recuerdo que le dije a mi marido que si en una hora no conseguía una temperatura normal, nos íbamos a urgencias... Por febrícula? Me comentó... Y en mi cabeza resonaba: en menores de 3 meses la febrícula no es normal.

Pasó una hora y con miedo puse el termómetro. Al tacto ya no me parecía tan caliente, pero no tenía su temperatura habitual. 37,6... Bueno, ya no eran 38... pero no estaba tranquila. Decidimos ir a dormir, pero con el termómetro y la bolsa preparada por si se repetía la febrícula. Tenía claro que si no volvíamos a una temperatura normal esta vez si nos íbamos.

Media hora más tarde, volví a poner termómetro y la temperatura había vuelto a subir. Esta vez ya estaba muy preocupada y me pasaban mil cosas por la cabeza. Sabía que quería ir a urgencias, pero la temperatura no era exagerada. Decidí comentar el caso con los profesionales de facebook “El médico de mi hijo”. A esas horas era muy difícil que alguien me leyera, pero lo intenté. Puse el mensaje,y al poco una enfermera se puso en contacto conmigo y me dijo lo que ya sabía: en menores de 3 meses la fiebre ha de valorarse por especialista. Así que, me levanté, me vestí, metí un café, agua y algo de comer en la bolsa cambiador. Pañales, una muda pare el peque, y me llevé el coche grande que estaba en la calle.

En 10 minutos estábamos en el mostrador de admisiones de urgencias. No había nadie, por suerte, al ser junio. Estuve más tiempo allí, dando los datos del peque, que en la sala de espera. Fui directa a un box.

Me recibió una médica, supongo que en prácticas, debido a que era bastante joven. Como no había muchos más pacientes, tenía a dos o tres enfermeras pululando por allí. Expliqué el caso, y mientras empezaban a valorarlo, la médica me hizo saber que si en la maternidad no me habían comentado que la febrícula en recién nacidos puede ser habitual... Como no voy con el cartel de madre hiper-numerosa, supongo que sobre mí rezaba más bien el cartelito de “madre histérica en prácticas” que otra cosa. Decidieron poner bolsa para muestra de orina, que obtuvieron enseguida, para tira reactiva de infección.

En cuestión de minutos, escasos, pasamos de “madre histérica” a, con un tono de voz completamente diferente, me sentaron, y me empezaron a decir que, en bebés muy pequeños, la fiebre puede deberse a dos cosas: o infección de orina o meningitis. Esto me lo decían y lo oía a cámara lenta, mientras por detrás de la médica vi entrar a dos de las enfermeras, vestidas con bata y gorro, y con una bandeja en la que se leía “punción lumbar”... así que de repente me puse en piloto automático. Mi mente salió de mi cuerpo, y empezó a ver esa situación como si estuviera en el techo de la habitación. Me explicaron que la tira de orina había salido bien y que, por tanto, había que hacer punción lumbar. Me lo contaban casi dando por supuesto que el resultado sería positivo. Me trataron con mucho cuidado. Me explicaron lo que iba a pasar. Y llegó un pediatra, de planta. Pregunté si podía quedarme con el peque. Era tan pequeño! Y lo sentía tan indefenso en esa camilla! Nacido en casa, sólo había estado en brazos de gente que lo quería y lo trataba como porcelana fina! Y de repente, protocolos de hospital, gente que trata a los bebés como muñecos, con firmeza y decididos a hacer lo que han venido a hacer, sin miramientos, ni concesiones, y cuanto más rápido mejor. Me dijeron que si podía, aunque no era lo habitual en el hospital. Podía quedarme si no era aprensiva, porque siendo un bebé tan pequeño, la manipulación es milimétrica pero podía parecer brusca. Decidí mejor quedarme fuera y me avisaron: le iban a monitorizar y podía ser que le oyera llorar y a la vez oír la máquina de la monitorización pitar. Que hasta cierto punto era normal y que no me asustara. Cerraron la puerta tras de mi.

Y me quedé sola en el pasillo. Con los brazos vacíos.

Y me invadió el pánico

Pensé en como podría volver a casa sin mi bebé. Cómo se lo iba a explicar a mi marido, y a los niños. No podía ser! Cómo se podía complicar todo tanto!?? Por un lado, sabía que era protocolo, pero por otro, las prisas de enfermeras y médicos junto a mi presentimiento de madre, me decía que no íbamos bien. Desde luego, esa noche no iba a volver a casa y aún no sabía si volveríamos los dos o sólo yo.

Terror.

Llamé a mi madre.
Y entre lágrimas le conté lo que pude.

Le dije que tenía miedo de perder a mi hijo. Que la cosa pintaba mal.

Mientras, oía llorar a number six en el box.

No sé cuantos minutos estuvieron con la puerta cerrada. Nadie se acercó a mi. Y necesitaba un abrazo. Me decía, que tonta! No pierdas la cabeza! Porque no te puede pasar a ti! Y por otro lado, mi corazón se encogía y me decía... que ilusa y pretenciosa! Claro que te puede pasar! Y te está pasando!

Por fin se abrió la puerta. Salieron todos y el médico se quedó a hablarme. Me dijo que el líquido había salido turbio y que de manera evidente había infección así que, a la espera de los resultados definitivos, empezábamos con antibiótico cada seis horas y monitorización vital. Me hizo algunas preguntas y yo le dí otros datos que no recuerdo si me pidió o no. Le hice saber que era nacido en casa, en piscina, por si eso podía ser relevante, hacía más de un mes. Que se habían hecho los controles médicos estándar de niño sano durante esas 5 semanas.
Me preguntó como podía ser que el niño estuviera grave, y casi a punto estuve de decirle que a saber yo precisamente eso venía al hospital.
Me preguntó por las vacunas, aún sabiendo que con 5 semanas los bebés no están vacunados aún.

Hubo un momento que sentí como si tuviera que defenderme, más que ser una madre a la que dar respuestas....Suficiente se tiene repasando si pusiste en peligro a tu bebé por alguna cosa, como para estar defendiéndote de ataques implícitos de médicos que no tienen respuestas.

Redirigí la conversación. Leche materna, tenía “permiso” para seguir con la teta, pero que por la punción y por la propia evolución de meningitis, iba a estar muy irritable y cogerlo podía serle doloroso, pero que no había ninguna indicación para no seguir con la lactancia. Sé que de mi boca salió la palabra sepsis, y me dijo que era posible, que no se podía descartar nada. Pero que sin duda mi reacción había sido la acertada, y que gracias a esa rápida ida a urgencias, teníamos ventajas.

Eran las seis de la mañana cuando instalaban a number six en esa cuna de barrotes, con todo de cables en su pequeño cuerpo. Primera dosis de antibiótico. Lo tomó unas horas echado en cama, y yo sentada a su lado, pendiente de todos los bips de las máquinas. Al primer indicio de hambre, lo tomé en brazos. Me instalé en la silla, con un cojín en el regazo, y a él lo acomodé encima, como si fuera la corona de oro más valiosa del mundo entero. Para mí lo era. Estaba anormalmente quejoso, como ya me habían avisado, y lo noté muy desmejorado. También me habían avisado que en pocas horas el empeoramiento iba a ser agudo. Cambiarlo de pecho suponía que llorara de dolor. Y aunque eso me rompía el corazón, no me permití llorar. Era su principal proporcionadora de confort y debía responder estoicamente. Ya lloraría cuando fuera posible.

Llamé a mi marido y avisé de las novedades. Por posible meningitis les pedí que se quedaran todos en casa... no quería imaginar que se confirmara el diagnóstico y tener que poner a 4 grupos de clase en tratamiento. Iba a ser la madre más odiada de respectivas escuelas. Y ya tenía suficiente con mi vela en aquel momento.

Pasaron las horas. Segunda dosis de antibiótico. El peque ya no volvió a esa cuna tan terrorífica. No me moví ni para ir al baño. Por ser menor de seis meses, me informaron que al ser lactante yo tenía derecho a la dieta de ingreso: desayuno, comida y cena. Perfecto. Una cosa menos por la que preocuparse.

Estábamos en habitación de aislamiento, con monitorización vital continuada, vestida con las ropas del día anterior, sin peinar, sin cargador del móvil. Quedamos que la tropa vendría a traerme la muda, el ordenador para poder sacarme de encima el examen y poder centrarme en lo importante , el cargador y las llaves del coche, para poder ellos desplazarse. Suerte que vivimos cerca del hospital.

Llegaron con las cosas. Envié el examen. Me cambié de ropa mientras mi marido supervisaba al peque y el resto estaba en la sala de juegos de la planta. Nos abrazamos y nos pusimos en modo resolutivo. Hay que planificar como vamos a llevar este ingreso, con 4 niños en edad escolar y la peque que todavía se quedaba en casa, y el trabajo de mi marido... si yo estaba en el hospital, la logística se complicaba. Mi madre no podía volver, y llamar a la familia para que viniera a darnos una mano sólo se podía hacer con la confirmación de diagnóstico. Aunque cuando empiezas con antibiótico, los 10 días no te los quita nadie... Uff...

Al caer la noche, number six no tenía fiebre, y parecía mejor, Llevaba su bracito envuelto en esparadrapos para asegurar la vía. En su pié llevaba un sensor, y en el pecho, dos pegatinas con unas pinzas. La combinación permitía monitorizarlo. Parecía que con dos dosis de antibiótico se había parado el empeoramiento y lo había revertido. Tenía que empezar a pensar en como pasar la noche, ya que colechamos. Era complicado con tanto cable, lo mejor hubiera sido pasar la noche sentada en la silla... pero no imaginaba como podía pasar toda la noche así... debía descansar, ya que llevaba dos días sin dormir, y yo debía estar lo más descansada posible para estar atenta a sus cuidados. Decidí montar la cama supletoria. Dormiríamos allí los dos, manteniendo los cables lo mejor posible. Si algo debía suceder esa noche, si number six decidía irse, lo tendría tan cerca que me enteraría. Y si no me enteraba, que mejor manera de pasar ese trance, que con tu hijo pegado a tu cuerpo. Lo mirara como lo mirara, la mejor idea era colechar esa noche.

Las enfermeras entraron y me preguntaron que estaba haciendo. Le conté mis intenciones y me debieron ver decidida y ante la gravedad de la situación no quisieron llevarme la contraria. Y en un santiamén, sacaron esa cama plegatín, se llevaron la cuna, y nos trajeron una cama normal, con barandillas, de esas que permiten subir y bajar y levantar los pies y el respaldo. Con una funda de cojín y una colcha, montaron lo que ellas llamaron un pequeño nido para mi príncipe, de esa manera, se le podía acomodar muy incorporado, él se sentía a gusto, a mi me permitía un poco de comodidad, y él estaba perfectamente instalado para llevar sus cables y demás. Yo me acurruqué a su lado. Y dormimos.

Durante la noche, cada dos horas, las enfermeras entraban en silencio, tomaban temperatura, comprobaban sueros y demás. Respetaban nuestra intimidad. Y nos trataban con mucho cuidado.

A la mañana siguiente, number six había hecho una mejora considerable. Estaba más activo, más vital. Así que entramos en otra etapa. Estaba segurísima que saldríamos de esa, y que poco tenía la pinta de meningitis, cosa que con los días se confirmó. Sepsis por neumococo con buen pronóstico. Diez días de antibiótico en vena, monitorización continuada durante algunos días y controlar la evolución.

De ahí hasta el último día que estuvimos ingresados pasamos de sentir que estábamos frente a un pronóstico grave a empezar a luchar por cosas más banales que la vida: nuestros derechos.

Lo primero que nos encontramos: oposición al colecho. Quisieron imponernos que el peque estuviera en esa cuna especie de jaula para tigres (como alegremente la bauticé), que convenientemente regresaron a la habitación y me informaron de su negativa a visitar al bebé si no era en esa cuna. Tuvimos una discusión a cerca de la seguridad de dormir con el bebé. Según la médica, es muy peligroso compartir la cama con un bebé. Según yo, 14 años de colecho me avalan. Llegamos a tablas sobre ese tema, porque le aseguré que por cada artículo que ella me mostrara sobre la peligrosidad de dicha acción yo le mostraría uno en sentido contrario. Aceptó barco.

Discutimos también por el pecho a demanda. Cada día , dos veces, pasaba una enfermera con una libretita en mano, preguntando cada cuanto había mamado. Mi respuesta inicial, la verdad, que a demanda es a demanda y no sabía. Eso le ponía muy nerviosa, y llegó a decirme que mi actitud no le gustaba para nada. Después de hablar con la médica y recordarle que nuestro motivo de ingreso nada tenía que ver con la lactancia y preguntarle cuantas lactancias exitosas prolongadas tenía en su haber, desistió del tema. Le pedí que informara a las enfermeras de la situación y dejaron de hacerlo. El niño era pesado cada día, y cada día ganó peso, fin de la discusión. Supongo que para ellas les era más fácil que todos los bebés tomaran biberón, saber cuanto tomaban y cuantos, y eso que una le diera la teta, les ponía en terreno desconocido. Por favor! una inmigrante llevando la contraria al sistema! (el tema racismo o xenofobia podría bien merecerse otra entrada. Hasta que no colé en una conversación mis estudios y los idiomas que hablo, me trataron de ignorante y me miraban por encima del hombro. Muy triste que tengas que recurrir a tu CV para que te traten como a una persona normal)

En cuanto el niño estuvo un poco más activo, pedí a mi marido que me acercara la súper hamaquita. Se trata de la babybjörn que hace 14 años que nos acompaña en la familia, por la que han pasado todos. Tenemos la acostumbre de mecerla un poco con el pie, para que se meza, y es automático como se relajan. Se pasó horas y horas dormitando allí. La primera vez que entraron las enfermeras noté miradas de des-aprobación, y evidentemente no pasó mucho rato hasta que vino una enfermera a asegurarse que el bebé en ese artilugio y esos meneos estaba bien. Hay que decir que en Francia hay una campaña muy arraigada sobre el síndrome del bebé sacudido, y estaban muy preocupados por si esos movimientos le podían ser dañinos o molestos. La evidencia les demostró que no. Les gustó tanto como el peque estaba a gusto en su hamaca, que ya nunca más le volvieron a revisar en la cuna, si no que se agachaban en el suelo y todo se lo hacían allí... curioso...

Y en medio de todo este follón. Number six dejó de sonreír a los ángeles, como dicen aquí, y empezó a dedicar sonrisas totalmente controladas a toda persona que entrara en la habitación. Enamoró a todo aquel que vino a hacerle alguna perrería, y las enfermeras descubrieron también que tan sólo era un bebé de 5 semanas, pero que con el peso a teta, les había dado la impresión que tenía tres meses. También este echo provocó un cambio de actitud al cambio de actitud. Y todo empezó a ir mucho mejor.

Y así fue como en una semana pudimos volver a casa, cambiando el antibiótico en vena por uno oral. También este paso fue una guerra. Desde el primer momento que le colocaron la vía avisé del riesgo de flebitis. El primer y segundo brazo duraron 48h cada uno. Y los tobillos, 48h más.... cuando nos quedamos sin extremidades insinué si se podía pasar al antibiótico oral y aceptaron. De ese momento al alta fue un pis pas. Y así fue como volvimos antes de 10 días a nuestra vida allí donde la habíamos dejado.

Durante esos días viví en piloto automático. Mi familia y amigos más íntimos fueron mi único contacto con la vida que seguía fuera de las 4 paredes del hospital. Esos días los recuerdo como una cinta sin fin, de la que paso del box de urgencias a la sala de enfermeras para despedirnos antes de volver a casa. Pensé que volvíamos a casa de brazos vacíos y me di cuenta como se puede perder en un segundo lo que más quieres. Ahora number six gatea por toda la sala y me hace ir delante y detrás de él, evitando accidentes, y hace 9 meses llegué a pensar que no veríamos esta etapa.

Todos me decían que mi sexto sentido le salvó la vida... y cuanto más me decían esto, más miedo tengo. Porque sentí que algo no iba bien porque tenía menos de 3 meses, pero esto mismo puede pasar a cualquier edad y ni lo ves venir. Si esto le pasa a mi hija de seis años, seguramente le doy paracetamol y nos vamos a dormir. La sepsis empeora en cuestión de horas. Si hubiéramos esperado al día siguiente quizás su pequeño cuerpo hubiera colapsado. Y da mucho miedo.

Mucho miedo.

Al final, todo quedó en una experiencia más, por suerte, en la que sólo me tengo que lamentar del susto inicial y de pasar una semana sin café y sentada en una butaca, haciendo “nyapo nyapo” a la hamaca con el pie y viendo capítulos, uno tras otro, por internet en el móvil.

Igual que yo recordé ese artículo y me puse en guardia con los síntomas, escribo este post con la esperanza de que te imprimas esto en el cerebro. Quizás en otra ocasión tu también recuerdes este escrito y te pongas en guardia. Si llega ese día, sólo te pido que escribas también tu testimonio, avisando a tu entorno de lo que significa la sepsis, esa silenciosa e injusta enfermedad que se puede llevar a un bebé en un suspiro.



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