Ser madre de seis puede
parecer una locura. Y lo es. Una dulce locura que pocas familias
experimentan. Hoy por hoy no es nada habitual encontrar familias que
tengan más de tres hijos. Es raro. Aunque de eso no voy a hablar
hoy.
Quiero hablar de la
seguridad que ofrece el segundo hijo. El miedo con que se vive la
primera maternidad que contrasta con lo fácil que parece el primer
embarazo. Vives haciéndote fotos cada mes de como cambia tu cuerpo,
esperas ansiosa las visitas con la comadrona y disfrutas haciendo las
compras de lo que crees que tu hijo y tu vais a necesitar en la
crianza. Esto cambia a medida que llegan las posteriores
maternidades: los embarazos se hacen un manojo de nervios y miedos
hasta que tienes a tu hijo en brazos (las ecografías se viven con
más angustia y ya no eres tan inocente o frívola, al ser más
consciente de lo complicado que es realmente que al final tengas un
hijo sano en los brazos) y por el contrario, las crianzas se viven
más desasosegadas, con más seguridad en ti misma, disfrutas más
cada una de las etapas de tu hijo.
Recuerdo que con mi primer
hijo, a cada catarro estábamos en la consulta del pediatra. Más o
menos cada quince días. Si no era por la visita del niño sano era
por esos mocos que salían de su minúscula nariz. Los pediatras se
hacen ricos a costa de las madres primerizas.... A medida que fui
teniendo hijos, disminuí las visitas absurdas y las reduje a
aquellas imprescindibles: vacunas y casos importantes... tan
importantes, que seguramente acabábamos yendo directamente a
urgencias bypaseando el pediatra y directos al ingreso en planta:
citomegalovirus, mastoiditis...
Vas convirtiéndote poco a
poco en experta en enfermedades infantiles, en fiebres, en dolores de
oído o vómitos, y sabes que vale más gestionarlo en casa que
acabar en una consulta de pediatra o urgencias donde pillaremos otro
virus chungo. Sabes como mantener la fiebre a raya, como usar los
antipiréticos y diferenciar un virus de algo importante. Es así,
después de haber pagado la novatada, claro, de haber sido la madre
histérica primeriza, el blanco de risas en urgencias y benefactora
de farmacéuticas... y debe ser así, porque no se nace enseñado y
no tengo carrera de enfermería o medicina. Sólo el carnet de madre,
numerosa especial, concretamente.
Y aquí llegamos a la
historia que os quería compartir hoy. Y lo quiero hacer porqué el día de mañana quiero leer esta entrada y recordar como me sentí
y los detalles de lo vivido. Es una historia que quiero que mis hijos
recuerden y quiero que otras familias tengan presente. Porque la
diferencia entre reconocer y reaccionar un caso como el siguiente
pasa de la vida a la muerte.
Leí hace ya varios años,
un post en un blog, que no he conseguido recuperar porque no recuerdo
quien lo escribió, pero que quedó grabado en mi mente. Lo leí
quizás cuando sólo tenía tres hijos, o cuatro. Era un post de un
padre, no recuerdo si matrón o enfermero, que hablaba de la
experiencia de tener un hijo al borde de la muerte.
Recuerdo que una de sus frases fue, algo parecido a que, gracias al
pálpito de su mujer, que sintió que algo no iba bien, su hijo había
sobrevivido a una SEPSIS... Hasta ese momento no había leído nada
sobre ese tema, así que me impactó mucho leer su experiencia y
conocer exactamente que era aquello de sepsis. Sentí mucho miedo
que pudiera existir algo así, que pudiera llevarse a tu hijo en
pocas horas y además sin aviso alguno. Algo grave de evolución
tremendamente rápida, y de síntomas tan poco diferenciables a una
gripe o virus. Me quedé aterrada. Y supongo que por eso recordé
aquella historia, con la moraleja siguiente: Un menor de 3 meses que
presente fiebre no es normal y es causa de ir a urgencias a valorar.
Y lo que decía al inicio,
sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y tener 6 hijos te da
por un lado la seguridad para gestionar tu sola una otitis y a la vez
saber llegar rápido a identificar lo que e sale de lo “normal”.
Number six tenía entonces
5 semanas. Llevábamos en casa todos juntos un mes y mi madre hacía
dos días literales que había vuelto a su casa, quedando yo sola ya
con la rutina de toda la tropa y el bebé. Era miércoles y los niños
estaban en casa. Pasamos la tarde viendo la tele, yo haciendo cosas
de casa, aprovechando que number six pasó muchísimas horas
durmiendo en su hamaquita, rodeado de sus hermanos. Fue una tarde que
me permitió avanzar muchísimo, ya que sólo pidió teta cada
bastantes horas.
La experiencia te dice que
los bebes ya hacen eso a veces. Tienen días que maman como si no
hubiera mañana y luego un día o dos sólo duermen. Son pequeñas
crisis de lactancia que son seguidos por crecimiento. Duermen, comen
poco, y crecen. Así que no me pareció extraño que aquel día
number six estuviera menos demandante y más dormilón de lo
habitual.
Llegó la noche. Cenamos.
Los nenes se acostaron, y mi marido y yo nos quedamos en el salón
viendo alguna serie absurda mientras yo estudiaba. Tenía un examen y
repasaba la respuesta, aún teniendo toda la semana por delante para
poder enviarlo. Y number six seguía durmiendo. A eso de las once de
la noche se despertó y pidió lo suyo, y al cogerlo lo noté más
caliente de lo habitual por ser junio. No me pareció normal y le puse
termómetro. 38 con 3. malo. Le quité ropa y le hice unas friegas
con colonia para refrescar la piel y bajar temperatura. Suele
funcionar para un sofoco, y así refrescando consigues bajar unas
décimas y si es el caso, por exceso de ropa o calor
ambiental, enseguida consigues normalizar. Recuerdo que le dije a mi
marido que si en una hora no conseguía una temperatura normal, nos
íbamos a urgencias... Por febrícula? Me comentó... Y en mi cabeza
resonaba: en menores de 3 meses la febrícula no es normal.
Pasó una hora y con miedo
puse el termómetro. Al tacto ya no me parecía tan caliente, pero no
tenía su temperatura habitual. 37,6... Bueno, ya no eran 38... pero
no estaba tranquila. Decidimos ir a dormir, pero con el termómetro y
la bolsa preparada por si se repetía la febrícula. Tenía claro que
si no volvíamos a una temperatura normal esta vez si nos íbamos.
Media hora más tarde,
volví a poner termómetro y la temperatura había vuelto a subir.
Esta vez ya estaba muy preocupada y me pasaban mil cosas por la
cabeza. Sabía que quería ir a urgencias, pero la temperatura no era
exagerada. Decidí comentar el caso con los profesionales de facebook
“El médico de mi hijo”. A esas horas era muy difícil que
alguien me leyera, pero lo intenté. Puse el mensaje,y al poco una
enfermera se puso en contacto conmigo y me dijo lo que ya sabía: en
menores de 3 meses la fiebre ha de valorarse por especialista. Así
que, me levanté, me vestí, metí un café, agua y algo de comer en
la bolsa cambiador. Pañales, una muda pare el peque, y me llevé el
coche grande que estaba en la calle.
En 10 minutos estábamos
en el mostrador de admisiones de urgencias. No había nadie, por
suerte, al ser junio. Estuve más tiempo allí, dando los datos del peque, que en la sala de espera. Fui
directa a un box.
Me recibió una
médica, supongo que en prácticas, debido a que era bastante joven.
Como no había muchos más pacientes, tenía a dos o tres enfermeras
pululando por allí. Expliqué el caso, y mientras empezaban a
valorarlo, la médica me hizo saber que si en la maternidad no me
habían comentado que la febrícula en recién nacidos puede ser
habitual... Como no voy con el cartel de madre hiper-numerosa,
supongo que sobre mí rezaba más bien el cartelito de “madre
histérica en prácticas” que otra cosa. Decidieron poner bolsa
para muestra de orina, que obtuvieron enseguida, para tira reactiva
de infección.
En cuestión de minutos,
escasos, pasamos de “madre histérica” a, con un tono de voz
completamente diferente, me sentaron, y me empezaron a decir que, en
bebés muy pequeños, la fiebre puede deberse a dos cosas: o
infección de orina o meningitis. Esto me lo decían y lo oía a
cámara lenta, mientras por detrás de la médica vi entrar a dos de
las enfermeras, vestidas con bata y gorro, y con una bandeja en la
que se leía “punción lumbar”... así que de repente me puse en
piloto automático. Mi mente salió de mi cuerpo, y empezó a ver esa
situación como si estuviera en el techo de la habitación. Me
explicaron que la tira de orina había salido bien y que, por tanto,
había que hacer punción lumbar. Me lo contaban casi dando por
supuesto que el resultado sería positivo. Me trataron con mucho
cuidado. Me explicaron lo que iba a pasar. Y llegó un pediatra, de
planta. Pregunté si podía quedarme con el peque. Era tan pequeño! Y lo
sentía tan indefenso en esa camilla! Nacido en casa, sólo había
estado en brazos de gente que lo quería y lo trataba como porcelana
fina! Y de repente, protocolos de hospital, gente que trata a los
bebés como muñecos, con firmeza y decididos a hacer lo que han
venido a hacer, sin miramientos, ni concesiones, y cuanto más rápido
mejor. Me
dijeron que si podía, aunque no era lo habitual en el hospital. Podía
quedarme si no era aprensiva, porque siendo un bebé tan pequeño, la
manipulación es milimétrica pero podía parecer brusca. Decidí
mejor quedarme fuera y me avisaron: le iban a monitorizar y podía
ser que le oyera llorar y a la vez oír la máquina de la
monitorización pitar. Que hasta cierto punto era normal y que no me
asustara. Cerraron la puerta tras de mi.
Y me quedé sola en el
pasillo. Con los brazos vacíos.
Y me invadió el pánico
Pensé en como podría
volver a casa sin mi bebé. Cómo se lo iba a explicar a mi marido, y
a los niños. No podía ser! Cómo se podía complicar todo tanto!??
Por un lado, sabía que era protocolo, pero por otro, las prisas de
enfermeras y médicos junto a mi presentimiento de madre, me decía
que no íbamos bien. Desde luego, esa noche no iba a volver a casa y
aún no sabía si volveríamos los dos o sólo yo.
Terror.
Llamé a mi madre.
Y entre
lágrimas le conté lo que pude.
Le dije que tenía miedo de perder a mi hijo. Que
la cosa pintaba mal.
Mientras, oía llorar a number six en el box.
No
sé cuantos minutos estuvieron con la puerta cerrada. Nadie se acercó
a mi. Y necesitaba un abrazo. Me decía, que tonta! No pierdas la
cabeza! Porque no te puede pasar a ti! Y por otro lado, mi corazón
se encogía y me decía... que ilusa y pretenciosa! Claro que te
puede pasar! Y te está pasando!
Por fin se abrió la
puerta. Salieron todos y el médico se quedó a hablarme. Me dijo que
el líquido había salido turbio y que de manera evidente había
infección así que, a la espera de los resultados definitivos,
empezábamos con antibiótico cada seis horas y monitorización
vital. Me hizo algunas preguntas y yo le dí otros datos que no
recuerdo si me pidió o no. Le hice saber que era nacido en casa, en
piscina, por si eso podía ser relevante, hacía más de un mes. Que se habían hecho los controles médicos estándar de
niño sano durante esas 5 semanas.
Me preguntó como podía ser que el niño estuviera grave, y casi a punto estuve de decirle que a saber yo precisamente eso venía al hospital.
Me preguntó por las vacunas, aún sabiendo que con 5 semanas los bebés no están vacunados aún.
Hubo un momento que sentí como si tuviera que defenderme, más que ser una madre a la que dar respuestas....Suficiente se tiene repasando si pusiste en peligro a tu bebé por alguna cosa, como para estar defendiéndote de ataques implícitos de médicos que no tienen respuestas.
Redirigí la conversación. Leche materna, tenía “permiso”
para seguir con la teta, pero que por la punción y por la propia
evolución de meningitis, iba a estar muy irritable y cogerlo podía
serle doloroso, pero que no había ninguna indicación para no seguir
con la lactancia. Sé que de mi boca salió la palabra sepsis, y me
dijo que era posible, que no se podía descartar nada. Pero que sin
duda mi reacción había sido la acertada, y que gracias a esa rápida
ida a urgencias, teníamos ventajas.
Eran las seis de la mañana
cuando instalaban a number six en esa cuna de barrotes, con todo de
cables en su pequeño cuerpo. Primera dosis de antibiótico. Lo tomó
unas horas echado en cama, y yo sentada a su lado, pendiente de todos
los bips de las máquinas. Al primer indicio de hambre, lo tomé en
brazos. Me instalé en la silla, con un cojín en el regazo, y a él
lo acomodé encima, como si fuera la corona de oro más valiosa del
mundo entero. Para mí lo era. Estaba anormalmente quejoso, como ya
me habían avisado, y lo noté muy desmejorado. También me habían
avisado que en pocas horas el empeoramiento iba a ser agudo.
Cambiarlo de pecho suponía que llorara de dolor. Y aunque eso me
rompía el corazón, no me permití llorar. Era su principal
proporcionadora de confort y debía responder estoicamente. Ya
lloraría cuando fuera posible.
Llamé a mi marido y avisé
de las novedades. Por posible meningitis les pedí que se quedaran
todos en casa... no quería imaginar que se confirmara el diagnóstico
y tener que poner a 4 grupos de clase en tratamiento. Iba a ser la
madre más odiada de respectivas escuelas. Y ya tenía suficiente con
mi vela en aquel momento.
Pasaron las horas. Segunda
dosis de antibiótico. El peque ya no volvió a esa cuna tan
terrorífica. No me moví ni para ir al baño. Por ser menor de seis
meses, me informaron que al ser lactante yo tenía derecho a la dieta
de ingreso: desayuno, comida y cena. Perfecto. Una cosa menos por la
que preocuparse.
Estábamos en habitación
de aislamiento, con monitorización vital continuada, vestida con las
ropas del día anterior, sin peinar, sin cargador del móvil.
Quedamos que la tropa vendría a traerme la muda, el ordenador para
poder sacarme de encima el examen y poder centrarme en lo importante
, el cargador y las llaves del coche, para poder ellos desplazarse. Suerte
que vivimos cerca del hospital.
Llegaron con las cosas.
Envié el examen. Me cambié de ropa mientras mi marido supervisaba
al peque y el resto estaba en la sala de juegos de la planta. Nos
abrazamos y nos pusimos en modo resolutivo. Hay que planificar como
vamos a llevar este ingreso, con 4 niños en edad escolar y la peque
que todavía se quedaba en casa, y el trabajo de mi marido... si yo
estaba en el hospital, la logística se complicaba. Mi madre no podía
volver, y llamar a la familia para que viniera a darnos una mano sólo
se podía hacer con la confirmación de diagnóstico. Aunque cuando
empiezas con antibiótico, los 10 días no te los quita nadie...
Uff...
Al caer la noche, number
six no tenía fiebre, y parecía mejor, Llevaba su bracito envuelto
en esparadrapos para asegurar la vía. En su pié llevaba un sensor,
y en el pecho, dos pegatinas con unas pinzas. La combinación
permitía monitorizarlo. Parecía que con dos dosis de antibiótico
se había parado el empeoramiento y lo había revertido. Tenía que
empezar a pensar en como pasar la noche, ya que colechamos. Era
complicado con tanto cable, lo mejor hubiera sido pasar la noche
sentada en la silla... pero no imaginaba como podía pasar toda la
noche así... debía descansar, ya que llevaba dos días sin dormir,
y yo debía estar lo más descansada posible para estar atenta a sus
cuidados. Decidí montar la cama supletoria. Dormiríamos allí los
dos, manteniendo los cables lo mejor posible. Si algo debía suceder
esa noche, si number six decidía irse, lo tendría tan cerca que me enteraría. Y si no me
enteraba, que mejor manera de pasar ese trance, que con tu hijo
pegado a tu cuerpo. Lo mirara como lo mirara, la mejor idea era
colechar esa noche.
Las enfermeras entraron y
me preguntaron que estaba haciendo. Le conté mis intenciones y me
debieron ver decidida y ante la gravedad de la situación no
quisieron llevarme la contraria. Y en un santiamén, sacaron esa cama
plegatín, se llevaron la cuna, y nos trajeron una cama normal, con
barandillas, de esas que permiten subir y bajar y levantar los pies y
el respaldo. Con una funda de cojín y una colcha, montaron lo que
ellas llamaron un pequeño nido para mi príncipe, de esa manera, se
le podía acomodar muy incorporado, él se sentía a gusto, a mi me
permitía un poco de comodidad, y él estaba perfectamente instalado
para llevar sus cables y demás. Yo me acurruqué a su lado. Y
dormimos.
Durante la noche, cada dos
horas, las enfermeras entraban en silencio, tomaban temperatura,
comprobaban sueros y demás. Respetaban nuestra intimidad. Y nos
trataban con mucho cuidado.
A la mañana siguiente,
number six había hecho una mejora considerable. Estaba más activo,
más vital. Así que entramos en otra etapa. Estaba segurísima que
saldríamos de esa, y que poco tenía la pinta de meningitis, cosa
que con los días se confirmó. Sepsis por neumococo con buen
pronóstico. Diez días de antibiótico en vena, monitorización
continuada durante algunos días y controlar la evolución.
De ahí hasta el último
día que estuvimos ingresados pasamos de sentir que estábamos frente
a un pronóstico grave a empezar a luchar por cosas más banales que la vida: nuestros derechos.
Lo primero que nos
encontramos: oposición al colecho. Quisieron imponernos que el peque
estuviera en esa cuna especie de jaula para tigres (como alegremente
la bauticé), que convenientemente regresaron a la habitación y me
informaron de su negativa a visitar al bebé si no era en esa cuna.
Tuvimos una discusión a cerca de la seguridad de dormir con el bebé.
Según la médica, es muy peligroso compartir la cama con un bebé.
Según yo, 14 años de colecho me avalan. Llegamos a tablas sobre ese
tema, porque le aseguré que por cada artículo que ella me mostrara
sobre la peligrosidad de dicha acción yo le mostraría uno en
sentido contrario. Aceptó barco.
Discutimos también por el
pecho a demanda. Cada día , dos veces, pasaba una enfermera con una
libretita en mano, preguntando cada cuanto había mamado. Mi
respuesta inicial, la verdad, que a demanda es a demanda y no sabía.
Eso le ponía muy nerviosa, y llegó a decirme que mi actitud no le
gustaba para nada. Después de hablar con la médica y recordarle que
nuestro motivo de ingreso nada tenía que ver con la lactancia y
preguntarle cuantas lactancias exitosas prolongadas tenía en su
haber, desistió del tema. Le pedí que informara a las enfermeras de
la situación y dejaron de hacerlo. El niño era pesado cada día, y
cada día ganó peso, fin de la discusión. Supongo que para ellas les era más fácil que todos los bebés tomaran biberón, saber cuanto tomaban y cuantos, y eso que una le diera la teta, les ponía en terreno desconocido. Por favor! una inmigrante llevando la contraria al sistema! (el tema racismo o xenofobia podría bien merecerse otra entrada. Hasta que no colé en una conversación mis estudios y los idiomas que hablo, me trataron de ignorante y me miraban por encima del hombro. Muy triste que tengas que recurrir a tu CV para que te traten como a una persona normal)
En cuanto el niño estuvo
un poco más activo, pedí a mi marido que me acercara la súper
hamaquita. Se trata de la babybjörn que hace 14 años que nos
acompaña en la familia, por la que han pasado todos. Tenemos la
acostumbre de mecerla un poco con el pie, para que se meza, y es
automático como se relajan. Se pasó horas y horas dormitando allí.
La primera vez que entraron las enfermeras noté miradas de
des-aprobación, y evidentemente no pasó mucho rato hasta que vino
una enfermera a asegurarse que el bebé en ese artilugio y esos
meneos estaba bien. Hay que decir que en Francia hay una campaña muy
arraigada sobre el síndrome del bebé sacudido, y estaban muy
preocupados por si esos movimientos le podían ser dañinos o
molestos. La evidencia les demostró que no. Les gustó tanto como el
peque estaba a gusto en su hamaca, que ya nunca más le volvieron a
revisar en la cuna, si no que se agachaban en el suelo y todo se lo
hacían allí... curioso...
Y en medio de todo este
follón. Number six dejó de sonreír a los ángeles, como dicen
aquí, y empezó a dedicar sonrisas totalmente controladas a toda
persona que entrara en la habitación. Enamoró a todo aquel que vino
a hacerle alguna perrería, y las enfermeras descubrieron también
que tan sólo era un bebé de 5 semanas, pero que con el peso a teta,
les había dado la impresión que tenía tres meses. También este
echo provocó un cambio de actitud al cambio de actitud. Y todo
empezó a ir mucho mejor.
Y así fue como en una
semana pudimos volver a casa, cambiando el antibiótico en vena por
uno oral. También este paso fue una guerra. Desde el primer momento
que le colocaron la vía avisé del riesgo de flebitis. El primer y
segundo brazo duraron 48h cada uno. Y los tobillos, 48h más....
cuando nos quedamos sin extremidades insinué si se podía pasar al
antibiótico oral y aceptaron. De ese momento al alta fue un pis pas.
Y así fue como volvimos antes de 10 días a nuestra vida allí donde
la habíamos dejado.
Durante esos días viví
en piloto automático. Mi familia y amigos más íntimos fueron mi
único contacto con la vida que seguía fuera de las 4 paredes del
hospital. Esos días los recuerdo como una cinta sin fin, de la que
paso del box de urgencias a la sala de enfermeras para despedirnos
antes de volver a casa. Pensé que volvíamos a casa de brazos vacíos
y me di cuenta como se puede perder en un segundo lo que más
quieres. Ahora number six gatea por toda la sala y me hace ir delante
y detrás de él, evitando accidentes, y hace 9 meses llegué a
pensar que no veríamos esta etapa.
Todos me decían que mi
sexto sentido le salvó la vida... y cuanto más me decían esto, más
miedo tengo. Porque sentí que algo no iba bien porque tenía menos
de 3 meses, pero esto mismo puede pasar a cualquier edad y ni lo ves
venir. Si esto le pasa a mi hija de seis años, seguramente le doy
paracetamol y nos vamos a dormir. La sepsis empeora en
cuestión de horas. Si hubiéramos esperado al día siguiente quizás
su pequeño cuerpo hubiera colapsado. Y da mucho miedo.
Mucho miedo.
Al final, todo quedó en
una experiencia más, por suerte, en la que sólo me tengo que
lamentar del susto inicial y de pasar una semana sin café y sentada
en una butaca, haciendo “nyapo nyapo” a la hamaca con el pie y
viendo capítulos, uno tras otro, por internet en el móvil.
Igual que yo recordé ese
artículo y me puse en guardia con los síntomas, escribo este post
con la esperanza de que te imprimas esto en el cerebro. Quizás en
otra ocasión tu también recuerdes este escrito y te pongas en
guardia. Si llega ese día, sólo te pido que escribas también tu
testimonio, avisando a tu entorno de lo que significa la sepsis, esa
silenciosa e injusta enfermedad que se puede llevar a un bebé en un
suspiro.