El esperado día llegó y
pasó. El primer día de escuela. Lo que el año pasado era una cita
importante para mis tres hijos mayores (el inicio de curso en un
nuevo país, nueva escuela, nuevos amigos...) este año significaba
el inicio de la vida escolar de la más pequeña (por el momento) de
la casa.
Nuestra re-peque se ha
estrenado como escolar.
Ayer era día de toma de
contacto con las aulas y las profesoras de cada uno. La re-peque
entró en su aula y empezó a familiarizarse con todos sus rincones,
sus juguetes, las mesas, el material... de la mano de sus hermanos.
Fue fácil, se mostró muy interesada, aunque a la maestra no la
quiso mucho ver.
Pudimos hablar con ella,
exponerle la situación especial de nuestra re-peque, que tan sólo
fue unos meses a la escolinha en São Paulo y el resto del tiempo ha
estado en casa. Que aunque muchas ganas si que tenía de ir a escuela
ya desde el año pasado (todo el año acompañando a sus hermanos y
siempre pidiendo quedarse ella también), pero que su principal
problema era la vergüenza y la falta de recursos en francés, ya que
palabras en este idioma conoce más bien pocas.
Después de estar una hora
y media en la escuela, vuelta para casa y empezar a prepararnos para
el día siguiente: material del año pasado que no sirve, material
nuevo para reponerlo, material que falta... y así hasta la hora de
ir a dormir, más bien tarde que pronto, por una mezcla de
circunstancias variadas que van desde los "malos hábitos del
verano" y los nervios por el primer día de escuela.
Después de una noche
corta y alterada en la que la re-peque ha tenido mal descansar, nos
hemos levantado contentos, desayunado y hecho las fotos del "primer
día" de rigor.
En la escuela es tradición
que el primer día el director dedique unas palabras a los padres y a
los alumnos, a modo de bienvenida, y por ser el primer día, las
maestras (y el maestro, pues sólo hay uno en toda la escuela) les
hacen hacer fila en el patio, clase a clase, para subir juntos al
aula: desde cm2 a cp, de mayores a más pequeños, a excepción de
maternal, a los que hay que acompañar al aula y "sufrir"
el momento.
Digo sufrir porque no lo
saben hacer mejor en esta escuela, o quizás sea algo generalizado de
la enseñanza francesa. Aquí no hay adaptación. Todos los niños
entran juntos, todo el día, todos los días lectivos, y si lloran,
pues los dejan llorar.... se me rompe el alma!
Mi nena iba contenta. Ella
quería empezar la escuela, con ganas, aunque muy seriota intentando
analizar todo lo que pasaba. Sólo cruzar el umbral del anexo de
maternal, los lloros y los gritos de los pequeños te rompían el
alma, o por lo menos a mi... será por las hormonas, será por la
conexión tan fuerte que tengo con mi peque, la única de los 4 a la
que he podido ver crecer día a día desde su nacimiento, será por
lo que será... pero en un par de ocasiones he tenido que contener
las lágrimas, mientras mi corazón se hacía más pequeño.
Nos hemos acercado a su
aula y le he explicado lo que pasaba. Los nenes lloraban porque no
sabían lo que iba a pasar, pensaban que su mama no iba a volver,
pero ella sabía muy bien que eso no es así, porque el año pasado
me acompañó todas las mañanas a llevar a sus hermanos y todas las
tardes a buscarlos con la merienda... Eso parece que le convenció y
la dejó más tranquila. Así que después de unos cuantos abrazos y
besos de mariposa, ella solita entró al aula, para sorpresa de
todos, incluso de su profesora.
Me quedé en un rincón,
donde ella no podía verme, evaluando lo que había sucedido. Podía
ser que tuviera 4 hijos tan especiales que se adaptaran tan bien? Los
otros tres habían ido a clase sin problemas, y la re-peque me
sorprendía de esta forma?? Pues duró poco mi reflexión, porque de
repente, la empecé a oir llamándome. Se había contagiado de los
lloros del resto de sus compañeros. No había uno sólo que no
gritara, llorara, pataleara o quisiera huir entre las piernas de la
profesora que barraba la salida. A los padres igual les parecía
normal, pero a mi esa escena me parecía aberrante y totalmente
cruel, fuera de lugar.
He pasado por todos y cada
uno de los primeros días de mis hijos, tanto de la guardería, como
de la escuela, como cuando han cambiado de país y han tenido que
empezar en un centro nuevo, con idioma nuevo y cultura nueva... y
jamás había vivido un inicio de colegio tan falto de sensibilidad y
de empatía hacia los más pequeños.
Me vinieron ganas de
entrar y llevármela, de abrazarla y volverle a explicar que no
pasaba nada... o quizás de llevármela y volver en un mes, cuando el
resto de niños ya se hayan adaptado, porque se que ella se ha
asustado al ver a los otros nenes también asustados.
He estado u buen rato
allí, mirando de reojo por el cristal de la puerta, sin que ella me
viera. Estaba sentada en un banquito, rodeada de otros nenes que
gritaban, y ella tenía los puños cerrados con fuerza, los agitaba,
llamándome, y a ratos se desabrochaba su bata nueva, que tanto le
gusta, como signo de desaprobación de las circunstancias, luego se
la volvía a colocar...
Al final, se ha resignado,
ha dejado de llorar y yo he tenido que marchar, suponiendo que el
resto del día fuera mejor, aunque no me lo supongo.
He pasado el día
echándola de menos. Ha sido un año de rutinas: llevarla al cole,
regresar y desayunar juntas, hacer actividades, comer, ponerla a
dormir, preparar la merienda, salir a buscar a sus hermanos... y hoy,
al volver hacia el coche, tenía mis manos en los bolsillos. Nadie
que requisiera de mi atención, nadie que rompiera el devenir de mis
pensamientos. La casa en silencio, todo dispuesto para pasar un día
de adulto y nada que me entretuviera de pensar como estaría ella.
Deseando que llegara la
hora de recogida, he pasado el día, intentando desviar mi atención,
y suponiendo que estaría bien.
Y por fin llegó la hora y
me marché hacia la escuela. Volvía a ponerme tras el cristal, y
allí estaba ella, sentadita, con sentimiento y los ojos rojos, de
haber llorado, y mucho. Su profesora me ha dicho que había pasado el
día bien, pero lo cierto es que su carita mostraba todo lo
contrario.
Sólo verme, se me ha
tirado al cuello y ha llorado más fuerte. Le he llevado sus muñecos
y los ha abrazado, todo el camino de vuelta, paradas en el super y en
el foto-matón inclusive. Ha querido llevarse todas sus cosas del
colgador, como dejando claro que ella allí no vuelve, aunque hemos
quedado que el jueves lo volveremos a intentar. Me ha dicho que si.
Ya veremos.
El resto de los hermanos
estaban excitadísimos con las novedades del primer día: agendas
nuevas, cahiers nuevos, nuevas rutinas, nuevos retos... poco a poco
la han ido contagiando de su alegría y aunque las ojeras han
permanecido bastante tiempo más, a vuelto a ser la niña risueña y
charlatana que ella es. Y yo me he quedado más tranquila, porque por
lo menos todavía hoy no me la han cambiado y sigue siendo tan
auténtica como la he criado.
Y ahora si, puedo decir,
que mis niños son increíbles. Normales pero increíbles :)
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